viernes, 20 de abril de 2007

Rubén Juárez en Medellín








“SU BANDONEÓN Y ÉL”

John Harold Dávila

A Rubén Juárez.

Había escuchado a Rubén Juárez, desprevenido sin oírlo familiar, hasta que Jaime Jaramillo Panesso con él cual coincidimos en una comisión de paz que tanto se mueven en este país, cargado de pesares de la guerra. Viéndome, me amenazó con traerme la obra de un cantante queriendo que yo lo escuchara; en efecto con un verdadero caballero se cumplió el compromiso y me obsequió en la siguiente reunión, un casete titulado los “Grandes éxitos de Rubén Juárez”, marcado el estuche de la casetera con su elegante letra de escritor a puño limpio, impecable, y legible, como una esquela de quien da un preciado tesoro, gesto que siempre agradezco de parte de Jaime. Contar con que el destino me cruza con un enamorado incondicional del barrio, de las calles, de las historias que se desprenden de ese andar citadino de un organismo vivo que crece sin limites dejando experiencias en los anónimos corazones de la gente que lo habitamos y de ahí se nutre el tango. Yo intuyo que por eso el tango nos hechiza como una huella genética, que ha base de la difusión radiofónica afectó a nuestros abuelos y padres, al ser levantados en nuestras casas, en el barrio, en los buses, en el comercio, entre las ondas hertzianas, de palabras y melodías que se han vuelto nuestras. La consolidación de la generación del tango que no estará en extinción, si consientes construimos la historia que nos afecta desde las melodías y lenguajes porteños, para contar la esencia que somos como conglomerado demográfico en donde vino a morir Gardel marcándonos como punto de referencia para la historia del Tango y su más internacionalizado artista, “El Zorzal Criollo”.
En el noventa y ocho viendo en Señal Colombia un documental sobre el nuevo trabajo discográfico de uno de los grandes; Serrat, estoy hablando de su álbum “Sombras de la China”. Allí el Serrat andaba en su colectivo en la parte de atrás, recorriendo las calles de Barcelona rumbo al aeropuerto a recoger a sus amigos músicos, artistas de otras latitudes que colaborarían en este trabajo. Llegaban uno por uno, hasta que fue a recoger al que grabaría los bandoneones, más exactamente para las canciones “Más que a Nadie” y “Bendita Mujer” asunto que paso por mi desprevenido, olvidándolo luego.
Comenzando diciembre de 2006 nos invitaban (como preámbulo a lo que sería el “Primer Festival Internacional de Tango ciudad de Medellín” visitando a Rubén Juárez quien realizaría unos conciertos) a una reunión cerrada, casi de familia, por cierto la familia amante del tango en Medellín, asistimos a este encuentro en el hall del Teatro Pablo Tobón Uribe, nuestra anfitriona, la queridísima Norela Marín Vieco.
Iban llegando los invitados y sin falta los abrazos, el momento era un reencuentro entre muchos amigos, que algunos de tiempo atrás no se veían, debo confesar que no conocía a la gran mayoría, pero me encontré con un bendecido que en hora buena decidió hacer del bandoneón su herramienta de transmisión de la sensibilidad que lo embarga, hablo del bello Marcos Quiroz talentoso, y tal vez el único bandoneonísta de calidad colombiano, con insuperables meritos como instrumentista y con el filo del artista que aporta para hacer sublime las obras que acompaña. A él no le veía desde que grabamos Tango Mortal.
Llegó el momento, se apagaron las luces, la pantalla reflejaba imágenes del DVD de presentación del Maestro Rubén Juárez bandoneonísta y cantor, escasa modalidad en la canción porteña, una “bibendición” cantar bien el tango, y acompañarse del cómplice de las teclas casi indescifrables para los oídos de un mortal, complejo instrumento sólo para oídos dioses. Imágenes van, imágenes vienen, cuando de momento lo veo con Serrat y recuerdo que Rubén era el amigo argentino que grabó el bandoneón en “Bendita Mujer”, y sorprendido en aquel instante, comprendí que estaba con un grande. Luego tomó su bandoneón, un doble A y comenzó a transmitir el sentimiento más fiel y puro del triste tango, a vibrar su voz en homilía con el canto, a hacer danzar a los mortales, parejas que se nutren de la pasión del tango, existencia cotidiana sin renunciar a ese culto por la cultura argentina representada en uno de sus iconos enamoradores que poseen. Igualmente acompañó de manera generosa, a las voces hechizadas de Medellín por el tango que esa noche oficiaron misa con un Cardenal del Bandoneón. Honores que sólo hacen con humildad los grandes a su fiel fanaticada. En ese momento confirme y sentí, “que el tango vuelve a triunfar”, como se escucha de la boca de Juárez en uno de sus cantos de aquel casete que me legara Jaramillo Panesso.

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Fotografías de Giselle Cañate.



















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